sábado, 2 de enero de 2016

EL LUGAR DONDE NACE EL SOL: NABUSÍMAKE


Hace un tiempo tuve la fortuna de visitar un lugar maravilloso, en medio de una de nuestras más grandes maravillas naturales, la Sierra Nevada de Santa Marta, lugar donde habita una de las comunidades indígenas más importantes y maravillosas de Colombia, la etnia de los Arhuacos. Este lugar único en el planeta, forma una pirámide que se encuentra en el extremo norte de los Andes, en el norte de Colombia. La cima de la montaña se encuentra a unos 5.000 metros de altitud. En su base, a las orillas del mar Caribe, una densa selva tropical reviste las bajas llanuras. A medida que la montaña va ganando altura, el paisaje se va transformando en una sabana abierta y en bosques nubosos. En sus laderas viven cuatro pueblos indígenas diferentes, pero emparentados entre sí, ya que son descendientes directos de los tayronas: los arhuacos (o ikas), los wiwas, los kogis y los kankuamos. Entre todos suman más de 30.000 personas.

Los Arhuacos es una de las comunidades indigenas que goza de mayor reconocimiento en nuestro país debido a su fuerte organización social y su conciencia política, son tradicionalmente un pueblo pacífico que promulga y defiende el respeto por todos los seres que nos rodean, no solo de la misma especie humana sino todos los seres de la naturaleza. Los Arhuacos, al igual que muchos pueblos indígenas Colombianos, han tenido que soportar tiempos difíciles a lo largo de su historia; desde la llegada de los españoles muchos de estos grupos se desplazaron hacia las partes altas de la Sierra Nevada de Santa Marta; igualmente, durante los últimos 30 años han resistido pacíficamente la violencia contemporánea y el conflicto interno colombiano, que ha afectado de forma drástica a esta zona; a la par que luchan por conservar sus tradiciones e imaginarios para compartirlos con sus "hermanos menores", apelativo que nos han dado a nosotros, los de la cultura occidental.

A lo largo de este gran territorio existen numerosos asentamientos arhuacos, pero hay uno que es considerado la capital social, política y espiritual de esta comunidad: Nabusímake, el lugar en donde nace el sol, según la lengua Iku; que los españoles bautizaron San Sebastián de Rábago en 1750, con la idea de "civilizar" esta población, por lo que edificaron capillas y enseñaron la religión católica; esto, sumado a la llegada de otros criollos o "bonaches" como los llaman ellos; constituyeron factores muy influyentes en el cambio de muchas de sus tradiciones ancestrales, factores que han permitido la aculturación de esta comunidad, y que se ven reflejados en muchas de sus costumbres y acciones actuales.  Este pueblo está compuesto por unas cincuenta casas cuadradas y los templos circulares o Kankuruas de los hombres y de las mujeres; con paredes de barro pintadas de blanco con bases en piedras sacadas del rio y coronadas con paja grisácea; este pueblo se encuentra cercado por una muralla de piedra.

Pueblo Bello
Nabusímake esta situado en una en una región montañosa a unos 84 kilómetros por carretera, al noroeste de Valledupar. Llegar hasta allí no es difícil, pero si requiere un poco de tiempo y estar preparado para enfrentar algunos tramos de carretera bastante complicados de atravesar, por esta razón es recomendable ir con los expertos y hábiles conductores de la zona.  Primero deberas tomar un colectivo hasta Pueblo Bello, donde la carretera en general esta en buenas condiciones. Este, a pesar de ser un pueblo con las características de la cultura occidental, se comienza a observar la marcada presencia de los indigenas, quienes son uno de los principales actores del comercio y la cultura de la zona.  


A partir de este pueblo, la carretera abruptamente cambia y deberás recorrer un trayecto de 25 kilómetros escabrosos y emocionantes en un poderoso campero, trayecto que puede durar hasta unas 3 horas.  Una vez en Nabusímake se debe contactar con las autoridades (cabildo), obtener un permiso para transitar por estas tierras, pagar por este permiso y surtir su compromiso con la madre naturaleza y el dejar el sitio como lo encontró. Cuando llegas puedes sentir la paz que se desprende del silencio de las montañas, con el encuentro con la naturaleza desnuda. A los visitantes se les advierte que respeten sus aguas y pozos, el pueblo, los árboles y los cerros, y para eso están los cabos y semaneros (policías tradicionales de los arhuacos), quienes se encargan de hacer cumplir las normas.

Alrededor del pueblo puedes observar una gran variedad de flores (cayenas, hortensias y dalias) que le dan un especial encanto y colorido al lugar, adornadas al igual por sus verdes pastos, sus plantaciones (café, cebolla, naranja, guineo, entre otras),  y sus aguas cristalinas; que hacen contraste con sus animales (Ovejas, mulas, gallinas, entre otros), a los que cuidan con gran cariño. Ellos, los "hermanos mayores" que caminan tranquilos por sus pequeñas calles con sus especiales atuendos, sus mochilas cruzadas en ambos lados y con su poporo en mano;  mientras sus mujeres vestidas con sus bonitos vestidos y sus especiales collares, siempre están tejiendo todo el día sus hermosas mochilas de lana, que pueden durar tejiendo hasta dos meses.

"Antes de materializarse todas las cosas que hoy día vemos y tocamos, existían en pensamiento espiritual. Todo era tiniebla en el universo y no se habían definido las reglas de la vida, es por tanto que, no existían los malos actos y todo lo que se pensaba se cumplía. Cuando el mundo se transformó todas las actividades fueron distribuidas por el espíritu creador de acuerdo a la forma de vida, clima y costumbre. De manera tal, que cuando llegó la luz del día, el mundo comenzó a girar en su órbita, todos los animales, plantas y piedras anunciaban la llegada del hombre y, toda actividad comenzó a desarrollarse como lo había ordenado el espíritu creador"



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