domingo, 16 de abril de 2023

Capurganá, camino al Cielo.

El día comenzaría con una lluvia torrencial que nos impidió la salida a la hora indicada, pero que no opacaría nuestra motivación por emprender una nueva aventura. Así que luego que la lluvia disminuyó su intensidad arrancamos a caminar, desde el puerto de Sapzurro, hasta Capurganá, una caminata de unas dos horas y media, y de aproximadamente 5 kilómetros.
Inicialmente caminamos por la playa del costado derecho por unos minutos, donde disfrutamos de unos paisajes costeros maravillosos, en la playa La Diana. Luego nos internarnos a la selva para subir la cuesta hasta el mirador, un camino demasiado hermoso, muy retador, inicialmente de escalas, y luego de trocha entre la manigua.



El camino al cielo, como se llama esta reserva administrada por el Consejo Comunitario del Norte de Acandí (Cocomanorte), y en la que silenciosamente íbamos concentrados escuchando la banda sonora de la selva del caribe Chocoano, una enorme variedad de pájaros, entre ellos los loros, las oropéndolas, los carpinteros, las batarás, entre muchos otros, y por supuesto el rey de esta zona, los monos aulladores, que a lo lejos amenizaban nuestro andar. 
Llegando a la cima una pequeña manada de monos titis pasó muy cerca nuestro, y fue una bonita bienvenida. 


Es bastante poderoso estar en este lugar, y reflexionar acerca de nuestro paso por la tierra y la importancia de poder proteger este tipo de espacios, una de las zonas con mayor biodiversidad del mundo, y en el que por supuesto habitan animales bastante peligrosos, muchos de ellos con un veneno bastante poderoso, como lo son las ranas flecha y serpientes como la mapana o la talla x. 


En el camino se siente una humedad tremenda, que sumada al calor, nos hace sudar a cantaros, aún cuando el sol no nos cae directamente. Por fin llegamos a la cima de la montaña, donde esta el mirador donde subimos los tres pisos de un inestable mirador,
 al que deben subir pocos, pero que tiene una hermosa vista a Capurganá, en los pisos más bajos además se puede disfrutar de la vista de Sapzurro. No solo se puede observar una exuberante variedad de fauna, si no de flora, colores, formas y texturas acompañan esta belleza de territorio.

Sin embargo, es imposible no mirar la inmensidad de esta selva y no dejar de pensar en los miles de migrantes de diversas nacionalidades que intentan cruzar la frontera entre Colombia y Panamá, para continuar su rumbo hacia Estados Unidos; muchos sin llegar a entender la compleja odisea que es enfrentarse al tapón del Darién, una selva feroz, de la cual muchos no logran salir. La reserva el Cielo, que para muchos ha sido todo un infierno, tiene diversos peligros ocultos, tanto los producidos 
por los grupos ilegales, como por tantos factores naturales que ponen en riesgo la vida en cada metro que se avanza. Por ejemplo, la Mosca de Tierra que transmite la Leishmaniasis, el Jaguar, que es el mayor de los félidos americanos y un cazador oportunista, la serpiente Mapaná cuyo veneno bothrópico mata en horas, y el Saíno, que se dice que desde hace años come la carne de cuanto migrante cae muerto.

Foto tomada por Sara
Cómo había llovido el terreno era bastante liso, al igual que las escalas, así que la bajada sería un gran reto. Primero pasamos por el puesto de control comunitario, donde hay que pagar 10000 pesos, y donde nos ofrecieron un bananito tan dulce y delicioso, que fue un manjar para ese momento. Luego de un difícil ascenso y descenso, entramos a nuestro destino inicial, a Capurganá.

                                                                    
Capurganá es un corregimiento del Municipio de Acandí, Chocó; y cuyo nombre original es Caburgana, derivada del nombre de un antiguo asentamiento kuna y cuya traducción significa "Tierra de Ají". Es un poblado mucho más grande que Sapzurro, con aproximadamente 1500 habitantes, y tiene una infraestructura turística y gastronómica mucho mayor, aunque las playas siguen siendo mejores en Sapzurro, sin desconocer su tremenda belleza.

Entramos al pueblo a medio día con un sol inclemente, que poco a poco doraba nuestra piel. Hicimos una pequeña parada técnica, descansando bajo la sombra que un arbolito hacia al lado del mar, junto a una coronita helada y una deliciosa carimañola acabada de hacer. Fue un bonito momento para conversar con los demás chicos de la excursión y tomar un poco de aire, después de esta dura travesía. 

Luego de un ratico, recargamos agua, y retomamos el camino rumbo a la reserva La Coquerita. Al inicio vimos varias construcciones abandonadas, al parecer de dos de los hoteles más famosos de la zona en su época, el Almar y el Calypso, que según cuentan en los últimos años han sido usados como albergues improvisados para los migrantes que van de paso.

Seguimos nuestro rumbo durante alrededor de una hora. El camino fue maravilloso, con una dificultad media, por las subidas y bajadas empinadas y complejas entre piedras, vestigios de corales, vegetación y otros obstáculos. Esta fue una caminata llena de paisajes y contrastes simplemente hermosos, colores, olas, lanchas y una diversidad gigante de plantas. 

En un punto del camino vimos un elogio a la basura que llega a estas playas, lo cual es bastante impactante. Este tipo de cosas siempre me deja pensando en el daño que le hemos causado al planeta, y de los límites que estamos tocando, nuestra supervivencia cómo especie esta en juego, y estando en estos ecosistemas tan frágiles lo podemos corroborar, y mucho más con los efectos que el cambio climático va dejando en la zona.

La Coquerita, es un sitio natural, también denominada como la piscina de los dioses, en este lugar podrás encontrar una maravilla natural escondida y una casa construida por un pescador sobre un acantilado. Es un complejo de unas 4 piscinas pequeñas de agua dulce natural,
y una piscina de agua salada que cuando el mar no está tan agitado la gente se puede meter y disfrutar de las olas; sin embargo, este no fue el caso, el mar estaba bastante violento. Así que un par de minutos para respirar y buscamos una de las piscinas con buena sombrita y con poca gente, con un agua super refrescante y en la cual pasamos un rato maravilloso y muy divertido, junto a varias personas que fuimos conociendo en el camino.

Decidimos regresar de nuevo a Capurganá, en este hermoso camino, que de vuelta se hizo mucho más llevadero, quizás por el baño y el ratico de relajo, y la buena compañía de vuelta, junto a un par de shots de Smirnoff, que con el hambre, el cansancio y el calor, nos empezó a hacer efecto. Llegamos rápidamente y buscamos un lugarcito chévere y confiable para comer, y encontramos uno, donde casualmente estaban nuestros roomies, Diego y Natalia. Yo pedí un pescaito, como cosa rara, y estaba muy rica la comida. Luego de comer pasamos otro rato en la playita, disfrutando del mar.



Finalmente, llegó nuestra hora de regresar a Sapzurro, esta vez la vuelta sería mucho más breve, pues sólo serían 10 minutos en lancha, con un mar mucho más tranquilo. Regresamos a nuestro hospedaje, nos organizamos un poco y fuimos al restaurante de Lucho por un delicioso fricasé de pescado, un arroz de frijoles y unas papitas con crema, que buena comida. Este día terminaría con un par de cervezas y vinos en la playa, con una de las lunas más hermosas que hayamos visto, entre risas, buena conversación y una bonita compañía, la mejor manera de cerrar la noche, dormimos maravillosamente.

Créditos fotos: las fotos donde aparezco fueron tomadas por Sara (camino al Cielo y a la Coquerita), por Medellín Bungee (en la Coquerita) y por Natalia (Noche en la playa). 

sábado, 15 de abril de 2023

Sapzurro, la última bahía de Colombia. Un paraíso al final del Darién


La ansiedad previa al viaje corría por mi cuerpo descontroladamente, porque volvería de nuevo a mi lugar feliz, el mar, aun cuando para llegar a mi destino, debía cruzar el Caribe por dos horas y media. Tomé mi maleta, y salí de casa cargado de bonitas energías. Minutos más tarde ya estaba montado en el bus que nos llevaría al destino inicial, Turbo, al lado de mi gran amiga Sara, en un tour que sería maravilloso, con una agencia muy especial, Medellín Bungee. Fue un viaje tranquilo, en el que prácticamente dormí todo el camino. 

Al abrir mis ojos al amanecer comienzo a divisar las enormes plantaciones de banano, que caracterizan a esta zona desde hace muchos años. Pronto llegamos al pequeño puerto de Turbo, Puerto Pisisi, donde nos cambiamos por ropa más cómoda que se pudiera mojar en el camino. Mientras embarcamos aprovechamos para tomar un pequeño desayuno y conocer un poco los manglares que están al lado del puerto, con sus característicos olores.

Por el altavoz sonaba el llamado para nuestro embarque, manilla roja, y rápidamente fuimos a buscar nuestra lancha, para estar de primeros y coger los puestos de atrás, donde se sufre menos en el trayecto. El presagio inicial que sería un viaje complejo fue dado por uno de los chicos del puerto, que al dar las indicaciones, nos advirtió que el mar estaba un “poco” agitado.
 La lancha comenzó a acelerar, y al principio parecía muy tranquilo el viaje y muy divertido. Al pasar los minutos, empezamos a sentir la furia del mar y del influjo de la luna llena de ese día. La lancha rompía las olas, y el agua que con furia entraba y nos mojaba sin clemencia. El agua salada caía fuertemente en nuestras caras y nos hacía cerrar los ojos por la irritación que esta nos causaba, a lo que se sumaba el frío de la fuerte brisa. Los saltos de la lancha eran brutales, y nos revolcaba en nuestros asientos, a la ansiedad de esta situación, se le sumaba mi preocupación por mi espalda y mi problema de columna.

Afuera el paisaje era demasiado hermoso, a lo lejos las montañas del Urabá Antioqueño de un lado y del otro lado el litoral chocoano, al que se sumaba el continuo cambio de color de azul oscuro a café, pues en esta parte el mar se mezcla con la desembocadura del brazo leon del río Atrato; pasando por una gama de azules turquesa. En cambio el panorama era diferente dentro de nuestra embarcación, pues las caras de miedo, cansancio y de desespero por llegar generaban un contraste grande, y nos hacía entender el poder que el Mar tiene, cual felino enfurecido. Miedo que se acrecentó cuando una inmensa ola nos atravesó de frente y que nos mojó completamente.

Luego de este viaje tan turbulento, llegamos a
nuestro paraíso de destino final, Sapzurro. Al entrar a la Bahía se divisaba este hermoso lugar, de aguas turquesa, de playas deslumbrantes, de una exuberante naturaleza selvática y de gentes tremendamente amables.

 
Su Nombre original es “Sapurro” que en lengua Guna significa“ Bahía poco profunda”. 

Es un corregimiento de pescadores ubicado en el Chocó en la frontera entre Panamá y Colombia, con alrededor de 500 habitantes que han impulsado por ellos mismos el turismo en la zona. Se encuentra rodeado de un pequeño sistema montañoso que marca el fin de la Serranía del Darién. 

La felicidad de ver tanta belleza, de sabernos vivos luego de este tormentoso viaje, crearon una bonita atmósfera desde el inicio. Fuimos a buscar al que sería nuestro lugar de hospedaje, que compartimos con una bonita pareja de rolos, Diego y Natalia, que se convirtieron en nuestros compañeros de risas y aventuras. La habitación estaba muy cómoda en realidad, aunque poco permanecimos allí. La cara ardía por el salitre y la fuerte brisa de nuestro periplo, así que tomamos un rápido baño, para cambiar nuestras ropas empapadas y salir en busca de las primeras aventuras, no sin antes comer un delicioso almuerzo con pescaito frito, donde Lucho. 

Una pequeña exploración inicial de la playa del pueblo, Playa Bonita, para ver la dinámica del lugar, divisar uno que otro pájaro, principalmente las bochincheras mariamulatas, observar el movimiento de las lanchas por la bahía y luego sentarse a disfrutar de la brisa, del sonido del mar, del hermoso contraste de colores, sentir la arena en nuestras plantas de los pies; y esperar a que saliera la primera excursión de este maravilloso paseo, hacía la última playa de Colombia antes de iniciar Panamá, Cabo Tiburón.



El camino hacia Cabo Tiburón es muy hermoso, lleno de paisajes tremendos, de texturas, de colores, de contrastes entre el verdor de la vegetación del final de la selva del Darién, los árboles deshojados a la orilla y sus hojas secas en el piso, los vestigios de corales que se asoman, las olas del mar chocando en ellos, el azul turquesa del mar y el azul celeste de un cielo encendido por un sol alegre. Es una caminata tranquila, de unos 40 minutos, en la cual pasamos por varias playas, cada una más hermosa y más tranquila que la anterior. 


En la primera de ellas, donde está el bar el Barco y la Armada, un lugar muy genial por el bar, que para mí es uno de los más bonitos de la zona, sobre todo en la noche, y al lado de una playita tranquila. Lugar al que volveríamos luego a tomar una deliciosa piña colada.

Esta fue una caminata en la que mi alma y mi corazón se recargo de energías, y es que estar al lado de esta naturaleza, genera una especie de magia en mi. Ver tanta belleza, el sonido del mar como banda sonora, la brisa suavemente recorriendo nuestras caras, y a nuestro paso se asomaba uno que otro pajaro.

Y nuestra parada final fue la playa tiburón, donde pasamos parte del día. Esta es quizás una de las playas más bonitas de la zona, porque es un lugar bastante virgen, donde solo estábamos nosotros y el mar. La pasamos de maravilla, entre risas, olas y pelotas.

Las ganas de una primera cerveza nos hicieron mover de regreso a una de las playas intermedias, donde encontramos un lugar muy tranquilo, La Ceiba, donde nos bajamos la primera, acompañada de unos ricos pataconcitos con queso costeño, y la compañía de nuestros roomies. En la noche volveríamos a este mismo lugar, a nuestra integración inicial, mientras oíamos cantar a un a un chico local, y a escuchar la brisa y las olas del mar, una de las cosas que más amo de ir al mar. La noche estaría sellada con una divertida clase de bachata.