jueves, 30 de julio de 2015

LA GUAJIRA, UNA JOYA EN EL OLVIDO




Por mucho tiempo había querido conocer este hermoso paraíso y finalmente hace unos meses pude realizar un viaje maravilloso a una de las zonas más olvidadas de Colombia, La Guajira, ese territorio de nuestra Región Caribe situado más al norte del país, que se caracteriza por tener una mayoría  de habitantes indigenas, entre los que se destaca la presencia de cinco pueblos nativo-americanos (Wayuu, Wiwa, Arhuaco, Kogui y Kingui). Adicionalmente, desde hace varias décadas ha sido punto de llegada de inmigraciones de países del Medio Oriente, generando una gran riqueza demográfica y cultural, ademas de influir significativamente en su economía, que depende en gran medida del comercio;  adicional a la explotación de sal marina, el carbón, el gas natural, el turismo y los servicios.



El viaje comenzó desde muy temprano partiendo desde Valledupar, atravesando pueblos que antes había escuchado en alguna que otra canción, como Uramita, Villanueva, San Juan, Fonseca, entre otros, ya que la Guajira se destaca por ser cuna de la música vallenata, tierra de grandes músicos y compositores. Después de horas de viaje llegamos a Maicao, territorio del comercio informal y de una de las mezquitas mas grandes de Latinoamérica, insignia de la inmigración Arabe presente en esta ciudad. Ya en este punto se comenzaba a sentir el clima árido y seco característico de esta zona semidesértica. Seguimos nuestro viaje hacia Uribia, la capital Indígena de Colombia, y en el camino se observaba de forma abismal el trafico informal de gasolina proveniente principalmente desde Venezuela. 



Uribia es una ciudad bastante particular, que sirve de abastecimiento para todas las comunidades de la región, sobre todo las de la alta Guajira. Hasta este punto la carretera esta en muy buenas condiciones y el transporte es más o menos fluido; sin embargo, el trayecto entre Uribia y el Cabo de la Vela es un poco más complicado, pues no hay una via definida y en general los caminos se internan entre los diferentes desiertos que componen la zona, solo los lugareños conocen bien como transportarse por este lugar.  Tuve la oportunidad de compartir y hablar durante las dos horas que dura el viaje, con varios indígenas en el carro en el que ibamos, que realmente es más una reliquia que un buen medio de transporte; en general son mujeres, que viajan entre la capital y sus respectivas rancherias por temas de comercio de sus mochilas y demás artesanias; durante el viaje pude entrar a varias rancherias y observar de cerca la situación tan critica que esta enfrentando estas comunidades.

Finalmente, llegamos al Cabo de la Vela, este paraíso escondido de nuestro país, en donde el mar con su hermoso color y sus playas paradisiacas hacen que el viaje halla valido la pena. Durante un par de días estuve disfrutando de estos memorables paisajes y de su gente, que con tanta amabilidad hicieron de mis días una experiencia inolvidable, escuchar sus historias, jugar con los niños en la playa y hasta enseñar ingles, fueron parte de esta grata aventura. Ir al pilón de azúcar es uno de esos lugares imperdibles del Cabo, pues la vista que este tiene es bastante bonita, ver el atardecer desde la torre es otro de esos momentos que se te quedan grabados en tu alma. 



A pesar que esta es una joya invaluable,  esta península encierra agudas paradojas y complejidades, pues desde nuestra óptica es es un paraíso de recursos naturales, pero la realidad dista de lo que se percibe desde el centro del país, y es que en los últimos días hemos escuchado hablar de la profunda crisis ambiental y alimentaria en la que esta sumergida la región; por un lado no llueve desde hace meses, y la poca agua que dispone la zona ha sido desviada para proyectos energéticos; por otro lado, el manejo deficiente de las basuras también ha provocado una gran contaminación de este santuario natural. Adicionalmente a la problemática ambiental, los indicadores sociales de este territorio son indiscutiblemente dramáticos y en general han tenido mucha responsabilidad los gobiernos seccionales. Por ejemplo, el analfabetismo en Colombia es solo de un dígito en La Guajira ronda el 35 % lo que debería considerarse como una autentica emergencia nacional.  Sumado ha esto, la crisis alimentaria que están sufriendo las comunidades es bastante fuerte y requiere de medidas urgentes, pues afecta principalmente a los niños, quienes han padecido incluso con consecuencias mortales.

Este viaje por un lado me dejo muy gratos recuerdos, pero también me confronto con una realidad que miles de nuestros colombianos están sufriendo. Afortunadamente, en los últimos días se han sumado muchas voces denunciando esta situación. Ojalá esto sirva para que el Estado comience a tomar medidas para afrontar y solucionar esta emergencia,  y que La Guajira le pueda hacer alusión a su nombre en el idioma Wayuunaiki (la lengua de la etnía Wayuu) y que sus habitantes realmente  digan que esta es  "Nuestra tierra".

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