sábado, 15 de abril de 2023

Sapzurro, la última bahía de Colombia. Un paraíso al final del Darién


La ansiedad previa al viaje corría por mi cuerpo descontroladamente, porque volvería de nuevo a mi lugar feliz, el mar, aun cuando para llegar a mi destino, debía cruzar el Caribe por dos horas y media. Tomé mi maleta, y salí de casa cargado de bonitas energías. Minutos más tarde ya estaba montado en el bus que nos llevaría al destino inicial, Turbo, al lado de mi gran amiga Sara, en un tour que sería maravilloso, con una agencia muy especial, Medellín Bungee. Fue un viaje tranquilo, en el que prácticamente dormí todo el camino. 

Al abrir mis ojos al amanecer comienzo a divisar las enormes plantaciones de banano, que caracterizan a esta zona desde hace muchos años. Pronto llegamos al pequeño puerto de Turbo, Puerto Pisisi, donde nos cambiamos por ropa más cómoda que se pudiera mojar en el camino. Mientras embarcamos aprovechamos para tomar un pequeño desayuno y conocer un poco los manglares que están al lado del puerto, con sus característicos olores.

Por el altavoz sonaba el llamado para nuestro embarque, manilla roja, y rápidamente fuimos a buscar nuestra lancha, para estar de primeros y coger los puestos de atrás, donde se sufre menos en el trayecto. El presagio inicial que sería un viaje complejo fue dado por uno de los chicos del puerto, que al dar las indicaciones, nos advirtió que el mar estaba un “poco” agitado.
 La lancha comenzó a acelerar, y al principio parecía muy tranquilo el viaje y muy divertido. Al pasar los minutos, empezamos a sentir la furia del mar y del influjo de la luna llena de ese día. La lancha rompía las olas, y el agua que con furia entraba y nos mojaba sin clemencia. El agua salada caía fuertemente en nuestras caras y nos hacía cerrar los ojos por la irritación que esta nos causaba, a lo que se sumaba el frío de la fuerte brisa. Los saltos de la lancha eran brutales, y nos revolcaba en nuestros asientos, a la ansiedad de esta situación, se le sumaba mi preocupación por mi espalda y mi problema de columna.

Afuera el paisaje era demasiado hermoso, a lo lejos las montañas del Urabá Antioqueño de un lado y del otro lado el litoral chocoano, al que se sumaba el continuo cambio de color de azul oscuro a café, pues en esta parte el mar se mezcla con la desembocadura del brazo leon del río Atrato; pasando por una gama de azules turquesa. En cambio el panorama era diferente dentro de nuestra embarcación, pues las caras de miedo, cansancio y de desespero por llegar generaban un contraste grande, y nos hacía entender el poder que el Mar tiene, cual felino enfurecido. Miedo que se acrecentó cuando una inmensa ola nos atravesó de frente y que nos mojó completamente.

Luego de este viaje tan turbulento, llegamos a
nuestro paraíso de destino final, Sapzurro. Al entrar a la Bahía se divisaba este hermoso lugar, de aguas turquesa, de playas deslumbrantes, de una exuberante naturaleza selvática y de gentes tremendamente amables.

 
Su Nombre original es “Sapurro” que en lengua Guna significa“ Bahía poco profunda”. 

Es un corregimiento de pescadores ubicado en el Chocó en la frontera entre Panamá y Colombia, con alrededor de 500 habitantes que han impulsado por ellos mismos el turismo en la zona. Se encuentra rodeado de un pequeño sistema montañoso que marca el fin de la Serranía del Darién. 

La felicidad de ver tanta belleza, de sabernos vivos luego de este tormentoso viaje, crearon una bonita atmósfera desde el inicio. Fuimos a buscar al que sería nuestro lugar de hospedaje, que compartimos con una bonita pareja de rolos, Diego y Natalia, que se convirtieron en nuestros compañeros de risas y aventuras. La habitación estaba muy cómoda en realidad, aunque poco permanecimos allí. La cara ardía por el salitre y la fuerte brisa de nuestro periplo, así que tomamos un rápido baño, para cambiar nuestras ropas empapadas y salir en busca de las primeras aventuras, no sin antes comer un delicioso almuerzo con pescaito frito, donde Lucho. 

Una pequeña exploración inicial de la playa del pueblo, Playa Bonita, para ver la dinámica del lugar, divisar uno que otro pájaro, principalmente las bochincheras mariamulatas, observar el movimiento de las lanchas por la bahía y luego sentarse a disfrutar de la brisa, del sonido del mar, del hermoso contraste de colores, sentir la arena en nuestras plantas de los pies; y esperar a que saliera la primera excursión de este maravilloso paseo, hacía la última playa de Colombia antes de iniciar Panamá, Cabo Tiburón.



El camino hacia Cabo Tiburón es muy hermoso, lleno de paisajes tremendos, de texturas, de colores, de contrastes entre el verdor de la vegetación del final de la selva del Darién, los árboles deshojados a la orilla y sus hojas secas en el piso, los vestigios de corales que se asoman, las olas del mar chocando en ellos, el azul turquesa del mar y el azul celeste de un cielo encendido por un sol alegre. Es una caminata tranquila, de unos 40 minutos, en la cual pasamos por varias playas, cada una más hermosa y más tranquila que la anterior. 


En la primera de ellas, donde está el bar el Barco y la Armada, un lugar muy genial por el bar, que para mí es uno de los más bonitos de la zona, sobre todo en la noche, y al lado de una playita tranquila. Lugar al que volveríamos luego a tomar una deliciosa piña colada.

Esta fue una caminata en la que mi alma y mi corazón se recargo de energías, y es que estar al lado de esta naturaleza, genera una especie de magia en mi. Ver tanta belleza, el sonido del mar como banda sonora, la brisa suavemente recorriendo nuestras caras, y a nuestro paso se asomaba uno que otro pajaro.

Y nuestra parada final fue la playa tiburón, donde pasamos parte del día. Esta es quizás una de las playas más bonitas de la zona, porque es un lugar bastante virgen, donde solo estábamos nosotros y el mar. La pasamos de maravilla, entre risas, olas y pelotas.

Las ganas de una primera cerveza nos hicieron mover de regreso a una de las playas intermedias, donde encontramos un lugar muy tranquilo, La Ceiba, donde nos bajamos la primera, acompañada de unos ricos pataconcitos con queso costeño, y la compañía de nuestros roomies. En la noche volveríamos a este mismo lugar, a nuestra integración inicial, mientras oíamos cantar a un a un chico local, y a escuchar la brisa y las olas del mar, una de las cosas que más amo de ir al mar. La noche estaría sellada con una divertida clase de bachata.

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